Cinco señales de que ya estamos pagando las consecuencias del calentamiento global
Las señales del cambio climático provocado por el calentamiento global se han vuelto tan evidentes que todo el mundo puede verlas. Aprovechando que esta semana hemos celebrado el Día Internacional Contra el Cambio Climático, repasamos algunas pruebas innegables de que el proceso ha comenzado ya.
Durante años, las imágenes más representativas del calentamiento global eran las de enormes trozos de hielo desprendiéndose de algún glaciar, o las de algún oso polar famélico flotando a bordo de un témpano menguante. La consecuencia de todo ello, suponíamos, sería que los osos desaparecerían, haría más calor y el mar aumentaría de nivel y engulliría algunas playas, pero poco más. Así que seguimos contaminando como si nada ocurriera.
Nadie nos dijo, sin embargo, que el aumento del nivel del mar sería el menor de nuestros problemas. El verdadero disgusto, ahora lo sabemos, nos lo van a dar la temperatura y la salinidad de los océanos, y no su nivel. Y es que la auténtica consecuencia de la desaparición del hielo en las regiones polares es que las corrientes oceánicas, que son las que de verdad moldean el clima global, están alterando su temperatura, su salinidad y su rumbo; y al hacerlo, están poniendo patas arriba el clima mundial.
Este cambio ya ha empezado a producirse y sus señales son muy difíciles de ignorar. Ya no son solo los mayores los que intuyen que "esto antes no pasaba".
Sequías e incendios
España es la región de Europa en mayor riesgo de desertificación. El año pasado, sin ir más lejos, fue uno de los tres más calurosos y secos de nuestra historia, con cinco olas de calor, en el curso de una de las cuales se tomó la temperatura más alta desde que existen registros (46,9ºC en el aeropuerto de Córdoba). En cuanto a las precipitaciones, fueron un 27% más bajas que la media del periodo 1980-2010.
Lo preocupante es que para buscar los otros dos años que, junto con 2017 completan el podio de los más calurosos y secos, no hay que irse muy lejos; fueron 2015 y 2016, es decir, tres años consecutivos. A la vista de esta tendencia, ya se ha comenzado a hablar de "la nueva normalidad".
Las consecuencias de esta "nueva normalidad", sin embargo, se nos antojan muy anormales. El agua se está convirtiendo en un recurso preciosísimo incluso en regiones en las que nunca había faltado, como Galicia. Además, la extrema sequedad del campo favorece los incendios, que cada vez son más virulentos (si bien en esto también influye el abandono del monte).
Lluvias torrenciales y huracanes en Europa
Paradójicamente, a la vez que sufrimos un proceso de desertificación, también son más habituales las lluvias torrenciales que provocan desastres como los que hemos visto esta misma semana en Baleares y el Levante. En un reciente informe del Laboratorio de Climatología de la Universidad de Alicante se constata que, debido al aumento de temperatura del mar, las lluvias torrenciales en la región (la llamada gota fría), dejarán de ser un fenómeno exclusivo del otoño y podrán producirse en el periodo comprendido entre el inicio de la primavera y el final del otoño.
Este pasado fin de semana, sin ir más lejos, se registraron en Vinaroz, Castellón, 159 l/m2, lo que supone un nuevo récord histórico de precipitación. Desde la Agencia Estatal de Meteorología señalan que, si bien no se puede afirmar que este episodio en concreto tenga que ver con el cambio climático, es innegable que su frecuencia va a aumentar debido a él.
Por otra parte, la semana pasada el huracán Leslie estuvo muy cerca de ser el primero de la historia en visitar las costas de Europa. Perdió fuelle poco antes de llegar a Portugal y nos afectó ya como borrasca. No es el primer huracán que nos ha rondado y por eso el asunto podría quedar en una anécdota, de no ser porque, históricamente, todas las ocasiones en las que uno de estos fenómenos ha estado a punto de alcanzarnos, tuvieron lugar en años recientes (Vince en 2005, Gordon en 2006, Ophelia en 2017 y Leslie en 2018). Es esa tendencia la que preocupa, y no el evento meteorológico en sí. ¿Tendremos que acostumbrarnos en los próximos años a estos fenómenos hasta ahora desconocidos para nosotros?
Frío extremo
Ya casi nos hemos olvidado, pero en febrero de este mismo año Europa sufrió una de las peores olas polares de las últimas décadas; tanto que los medios de comunicación la bautizaron como "la bestia del este". El fenómeno dejó estampas tan bonitas como la del Coliseo de Roma completamente cubierto de nieve, pero también mató a varias decenas de personas en los países del centro de Europa.
Lo extraño del caso es que, mientras esto sucedía en nuestra latitud, en el Polo Norte la temperatura era de unos estupendos 13ºC en mitad de febrero. Es decir, que durante algunos días, las temperaturas en Barcelona, por ejemplo, fueron inferiores a las del Polo Norte en ese mismo momento. ¡Y eso que en el Polo Norte no recibió ni un segundo de luz solar durante ese tiempo!
Permafrost, punto de no retorno
En las regiones más septentrionales del planeta, al norte de Canadá y en todo Siberia, el suelo está congelado. Apenas unos centímetros por debajo de la superficie, cavar en lo que parece tierra es tan difícil como picar granito. Y sin embargo, ese hielo duro como la piedra, llamado permafrost, ha empezado a derretirse poco a poco.
El problema es que esta capa helada encierra en su interior millones de metros cúbicos de metano que, a medida que desaparezca el hielo, será liberado a la atmósfera. Y resulta que el metano es un gas de efecto invernadero 30 veces más potente que el CO2. Así que, de hecho, el permafrost es toda una bomba de tiempo, una espada de Damocles a la espera de que crucemos el punto de no retorno. Si permitimos que desaparezca, habrá un momento en el que él mismo acelerará su propia desaparición y empeorará nuestro problema.
Aunque este no es un efecto que podamos percibir a simple vista, como los anteriores, un equipo científico alemán ha constatado en el delta del río Mackenzie, en Canadá, que el proceso ya ha comenzado.
Extinción de especies
Si nosotros, con toda nuestra tecnología y nuestro conocimiento del medio, intuimos que el futuro que se nos presenta no es demasiado alentador, para miles de especies animales y vegetales la suerte está echada. Al cambiar drásticamente las condiciones a las que se han estado adaptando durante cientos de miles de años, están abocadas a la desaparición.
Algunas de esas especies, las grandes, como los osos polares o los tigres, son conocidas por todos y su desaparición preocupa mucho; pero muchas otras se están extinguiendo sin que ni siquiera tengamos conocimiento de ello. Son insectos, peces, pequeños reptiles, plantas... todos ellos hiperespecializados e incapaces de adaptarse a un cambio súbito de su entorno. De muchos de ellos apenas conocemos nada y por tanto no sabemos cómo puede acabar afectándonos su desaparición.
La cosa es tan grave que el famoso biólogo Edward O. Wilson ha declarado que, si no declaramos la mitad del planeta zona protegida en los próximos años, no conseguiremos detener la Sexta Extinción Masiva en la que estamos inmersos. E incluso aunque tomáramos esa decisión tan drástica inmediatamente, dice Wilson, solo conseguiremos preservar al 85% de las especies; el otro 15% ya está condenado.
Seguiremos viendo, en los próximos años, como los fenómenos meteorológicos inusuales aumentan de frecuencia. Diremos que son extremos, pero no será verdad, simplemente tendrán lugar donde no toca, donde no se los espera porque nunca se habían conocido. Que España tenga el régimen pluvial del Sahara o que Alemania tenga la temperatura media de Siberia... no hace falta mucho más para poner en peligro nuestra pervivencia.