Envolverse en sostenibilidad, ha llegado la hora de vestir de forma responsable
El sector de la moda busca formas de ser más sostenible
La era de la sostenibilidad ha comenzado. Lo que hace pocos años parecían las prédicas en el desierto de unos pocos iluminados ha acabado por imponerse como una realidad innegable: no podemos seguir actuando como hasta ahora. Nuestra nueva conciencia ecológica nos ha lanzado a una búsqueda de otras maneras de hacer y consumir. Buscamos la sostenibilidad allí donde es posible alcanzarla, desde la manera en la que nos movemos, a la ropa con la que vestimos. Y cada día aprendemos cosas.
Algunas voces dentro del mundo de la moda, cada vez más, llevan tiempo preocupadas por la manera en la que se han venido haciendo las cosas. Y hay motivos para ello, pues algunos estudios sitúan a la industria de la moda en el segundo puesto de las actividades humanas más contaminantes, solo por detrás de la del petróleo.
Sea cierto o no, hay un problema añadido: mientras que la mayoría de la gente es consciente de que hay que cambiar el modelo energético y abandonar el petróleo en favor de recursos más sostenibles, son muy pocos los que claman que la ropa que vestimos tienen un precio mucho mayor del que pagamos por ella.
El precio ecológico de la ropa
Hasta los años 50 el Mar de Aral, entre Kazajistán y Uzbekistán, era uno de los mayores lagos del mundo. Tenía nada más y nada menos que 68.000 km2, es decir, casi el tamaño de Irlanda. Pero en los años 60 la Unión Soviética comenzó a desviar el curso de sus ríos tributarios para regar enormes extensiones de campos de algodón, uno de los llamados "cultivos sedientos". Hoy en día el Mar de Aral tiene menos del 10% de su extensión original y la salinidad del agua ha aumentado tanto que su biodiversidad prácticamente ha desaparecido.
El caso del Mar de Aral sirve para ilustrar un concepto que a menudo pasamos por alto: el de la huella hídrica. Aunque a estas alturas estamos muy familiarizados con la huella de carbono (el impacto en emisión de CO2 que tienen nuestras acciones), apenas somos conscientes de la huella hídrica de nuestros actos. Y no hablamos de algo precisamente pequeño. Una camiseta de algodón cualquiera, esa tan casual que te pones para estar cómodo, requiere en su producción nada más y nada menos que ¡2.700 litros de agua! Eso es la misma cantidad que si estuvieras duchándote durante 135 minutos. Parece mucho, pero es un dato que palidece en comparación con los 11.800 litros que se llevaron tus vaqueros.
Por si eso fuera poco, resulta que el algodón es el cultivo que más plaguicidas necesita, el 24% de todos los insecticidas y el 11% de todos los pesticidas del mundo, nada menos.
La solución a este problema parece sencilla: debería bastar con abandonar el algodón en favor de otras fibras, ¿no? Pues bien, un rápido vistazo a los datos nos descubre que cada tejido "convencional" acarrea sus propios problemas. El poliéster y el naylon, por ejemplo, requieren igualmente de una cantidad enorme de agua, pero además hacen falta varias decenas de millones de barriles de petróleo al año para su producción. Y eso por no hablar de que, además, este tipo de tejidos tarda más de 200 años en descomponerse.
Por supuesto, a todo ello hay que sumarle el coste energético de cultivar, confeccionar y transportar ropa de un lado al otro del mundo y la asombrosa cantidad de colorantes que se emplean en la producción de las prendas. Un modelo productivo, en definitiva, nada sostenible.
¿Existe solución?
A la luz de todos estos datos el panorama parece sombrío. ¿Es que no podemos, no ya movernos, sino vestirnos siquiera, sin dañar el planeta?
La solución parece estar en algo de lo que hablábamos hace poco en Re_Magazine: el reciclaje. Las técnicas de reaprovechamiento de materias avanzan a pasos agigantados y la moda no se ha quedado atrás en el desarrollo de unas cuantas. Algunas de ellas resultan incluso difíciles de creer. Se han desarrollado tejidos a partir de botellas de plástico y vinilos (Newlife), escamas de trucha y perca (Athlantic Leather), residuos de café (Scafe), hojas de piña (Piñatex), hongos (Muskin) o capullos de seda que permiten a la mariposa salir y vivir (Seda Paz).
Es de esperar que en los próximos años, al amparo de la conciencia ecológica que parece estar prendiendo por fin entre los consumidores, surjan muchas más iniciativas de este tipo. La máxima es clara: reaprovechar materias y emplear menos energía y productos contaminantes en su tratamiento de lo que emplearíamos en su producción desde cero.
De momento, y mientras esperamos a que los nuevos tejidos estén disponibles, nosotros, como consumidores, podemos ir haciendo pequeños gestos. Los expertos señalan los siguientes: priorizar las firmas sostenibles y a poder ser locales, no comprar compulsivamente, evitar caer en la tentación de las tendencias, comprar algunas prendas en tiendas de segunda mano y reparar, reutilizar y customizar nuestras prendas usadas siempre que sea posible.
Y es que por más iniciativas que surjan, por más tejidos nuevos que se desarrollen, solo nosotros, los consumidores, podemos cambiar la tendencia en nuestras costumbres. Y cuanto antes empecemos, mejor, porque la experiencia demuestra que estas cosas no ocurren de la noche a la mañana. Hace décadas que conocemos lo que los combustibles fósiles le hacen a nuestro planeta y aún estamos discutiendo qué debemos hacer para solucionarlo. Esperemos que en el caso de la moda las cosas vayan algo más rápidas.